Se
consideraba que los gobernantes tenían un carácter divino. Los reyes
estaban a la cima de la pirámide de poder y después venía la corte, que
contaba con grandes facultades y sobre la que giraban la vida política y
económica de este pueblo.
El
rey contaba además con un tribunal real, que le ayudaba a tomar
decisiones, y con un ejército, por cierto, poco eficiente, ya que
tomaban a los soldados de las satrapías de manera obligatoria y no eran
guerreros por conciencia. El rey Darío organizó su vasto imperio dividiéndolo en 20 provincias
denominadas satrapías, gobernadas por un sátrapa o gobernador nombrado
por el rey, quién tenía poder absoluto sobre la región. Cada gobernador
era asesorado por un concejo formado por miembros de las familias persas
más importantes. El único miembro del gobierno de cada
provincia que no respondía a las órdenes del gobernador era el jefe
militar, que recibía sus órdenes del rey en forma directa. El imperio
también era recorrido periódicamente por inspectores que controlaban las
labores de los sátrapas y sus funcionarios.
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